Esta tarde he mirado al cielo. La mitad nublado, la mitad azul. Al observar la nubes, hemos jugado, con mis amigos, a leerlas. A todos nos parecían elementos relacionados con la Tierra: hombres, animales, plantas... Hemos dejado volar nuestra imaginación y cada uno de nosotros delataba su subconsciente.
De repente me he acordado de Tai, el hexagrama 11 del Yi Jing, el Libro de los Cambios, uno de los 5 libros sagrados del Confucianismo. El hexagrama es, también, muy sugerente: el trigrama Kun que representa la Tierra, la Madre, lo Receptivo está arriba, y el trigrama Qian que representa el Cielo, el Padre, lo Creativo está por debajo. Lo que está en el Cielo se refleja en la Tierra. Lo que está en la Tierra se crea en el Cielo. Además, el trigrama Kun representa el solsticio de invierno, diciembre, mientras que el trigrama Qian representa el solsticio de verano, junio. Luz y oscuridad se encuentran a medio camino de todo. Y hoy más que nunca puesto que, a pesar de ser 30 de octubre, ha sido un día que cuando ha lucido el sol ha hecho calor, cuando se ha escondido, nos hemos tenido que abrigar, y en general ha llovido a ratos y ahora ya cae la típica tormenta de otoño. Verano e invierno se han juntado en un solo día.
Tai, La Paz: se va lo pequeño y llega lo grande con éxito venturoso. El Yi Jing nos dice "afortunado y propicio". El Cielo y la Tierra se entrelazan perfectamente, así toda la Creación puede fluir. Y es verdad, incluso nosotros jugando con las nubes hemos visto objetos terrenales en el cielo. ¡Qué maravilla!
Hoy, un día antes del día de los Santos Difuntos, es un día para recordar la Paz, quizás eterna, a la que todos alcanzaremos un día, todavía no sabemos cuando. Pero también para recordar a todos aquellos que nos han ido dejando a lo largo de nuestros caminos. Gente a la que hemos querido, gente que nos ha querido más de lo que nos merecíamos, gente que sólo vimos una vez en la vida, seres que de un modo u otro han formado parte de nuestra existencia.
Y hoy, mirando al cielo, he recordado a mi padre en su lecho de muerte. Desde lo más profundo de su larga agonía, abrió los ojos y, al verme, se le humedecieron y alargó su mano ya fría a mi mejilla. Me rozó como si viera a su bebé que tanto quiso, me acarició como cuando me tranquilizaba de algún terror nocturno que tenía a mis siete años, me tocó como toca un padre a un hijo de 16 años, y lloró como llora un padre a un hijo cuando se va de casa para siempre.
Fue una caricia de segundos, la más larga, tierna y profunda que jamás he tenido y que aun hoy, seis años después, todavía siento en mi piel, cada mañana, al despertarme.
Fue un momento de paz, como Tai, en que tanto lo Receptivo como lo Creativo dejaron fluir sus emociones y sus amores. Fue un momento como el de hoy, mirando al Cielo, y ver a dos amantes haciendo el amor entre las nubes.
Chapeau, Manu! que los momentos de paz sean eternos allí y también aquí.
ResponderEliminarPreciós!
ResponderEliminarGràcies, Mariàngela!
ResponderEliminarMudo me dejas. En ese momento estabas tan cerca de la Paz. Envidia
ResponderEliminarSalut
En este momento y siempre... lo más importante, al fin y al cabo, es estar en paz con uno mismo...
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