lunes, 9 de agosto de 2010

MEDITANDO TAO :.:.: 5.-- El Vacío

V.—El Vacío

Torroella de Fluvià - Marzo de 2010
El cielo y la tierra son inhumanos;
tratan las cosas del mundo como si fueran perros de paja.

El sabio es inhumano;
trata a los nobles como si fueran perros de paja.

El espacio entre cielo y tierra es como un fuelle,
Está vacío, y exhala vacío sin cesar.
Cuanto más grande es el vacío, más vacío exhala.
Cuanto más se habla de él, menos se lo alcanza.



**********


El estado de vacío es el estado ideal para los seguidores del Tao.  Una vez más nos encontramos con que el pensamiento taoísta se contrapone con el pensamiento confuciano.  Los seguidores de Confucio, su nombre más popular chino es el de Kongzi (Lu, 551aC – 479aC), luchaban para que los gobernantes actuaran de manera positiva según el ren –el humanismo o solidaridad confucianos que no tiene nada que ver con lo que entendemos hoy en día los occidentales-, mientras que los taoístas proclamaban el wuwei –no actuar- o sea, que los humanos no podemos intervenir en el curso de los eventos.

Para los confucianos, el ren radica en un buen trato entre semejantes pero respetando la línea descendente tanto a nivel político como a nivel familiar.  Así, pues, un hijo debe de respetar a su padre, y éste al suyo a la vez.  De la misma manera, el ren debe de extrapolarse a todas las situaciones de la vida, a todos los cambios en la naturaleza, al curso de las situaciones.  A pesar de ello, cuánto más subamos en la escala social, más poder encontramos, lo que conlleva a que un noble pueda ejercer cierto poder sobre el pueblo.  Según el ren, el pueblo debe respeto al noble, y el noble debe condescendencia al pueblo.  De esta manera, los humanos se entrometen en el curso de las cosas.  El ren  es la “excusa” para poder predecir en cada caso cuál debe de ser el comportamiento correcto, o sea,  poder definir cuál es el tao  o camino correcto constantemente.  En cambio, el taoísmo defiende todo lo contrario.  Sea cual sea nuestra posición social, sea cual sea nuestra línea familiar, no podemos actuar, no hay ren  sinó wuwei.  Absolutamente nada es predecible.

Los perros de paja eran unos muñecos que se utilizaban en algunos ritos en que éstos eran tratados con respeto antes de las ceremonias religiosas pero después los tiraban al suelo y eran pisoteados y maltratados. 

El cielo y la tierra hacen referencia a todo aquello que es visible e invisible, lo que es superior y lo que es inferior, lo que es cósmico y lo que es natural.  Y éstos no son solidarios (en el sentido confuciano), dejan que las cosas fluyan como marca su camino.  El sabio –el que contiene el Tao- también trata todas las cosas como si fueran “perros de paja”, no se entromete en el curso de los acontecimientos.  Todo aquello que sucede está en el inicio y final del Tao desde el vacío.  Ni el cielo ni la tierra nos obligan a nada.  Y lo que pasa entre el Cielo y la Tierra nos lo compara como un fuelle que exhala vacío.  Cuanto más vacío, mejor.  Cuanto menos hablemos de él, mejor.  Nuevamente, nos encontramos con la crítica a las escuelas de pensamiento que convivían con el taoísmo.  Recordemos que para el taoísmo el hecho de definir y caracterizar las cosas nos aparta del camino.  Es por ello que nos vuelve a recordar que no hace falta poner etiquetas a nada ni a nadie.  Las etiquetas y las definiciones nos conducen a ser reduccionistas y perdemos la esencia.


MEDITACIÓN à Para un occidental acostumbrado a convivir sustentados del pilar perenne cristiano con que nacemos, y que nos recuerda constantemente que somos culpables pecadores, es difícil aceptar la totalidad del pensamiento taoísta.  Si a esto le sumamos otro pilar que es la manera de pensar occidentalista que nos hace buscar las “causas” de todo, no es extraño que para un occidental, la vida pueda ser trágica.  Almenos en ciertas etapas o momentos de nuestra existencia.

La tragedia como género teatral y literario nace en Grecia.  Es una forma inventada para hacer patente la ira y la cólera de los dioses contra los mortales.  Para el pensamiento occidental, los hombres estamos bajo el capricho de los dioses, del azar, del hado, de la fatalidad.  Y esto nos subyuga, nos sobrepasa y nos tiraniza.

Es normal que cuando acontece algo muy triste lo etiquetemos como “tragedia”:  la muerte de un hijo, un accidente mortal de coche, la caída de un avión dónde muchos pasajeros pierden la vida… Incluso, en algunos países de occidente, cuando esto sucede, a las víctimas se las trata como “héroes”.  Pero también podemos vivir tragedias personales a una escala de menor magnitud que la que he apuntado antes.  Podemos vivir como trágico el hecho de que un negocio no nos salga como habíamos pensado; que nuestra pareja pase a ser un “ex” de la noche a la mañana; que un hijo adquiera una enfermedad de larga duración o sin cura alguna; que a una persona estimada le suceda algo malo, etc.  Y a menudo, cuando algo muy grave sucede a alguno de nosotros, es normal oír: “ya no creo en Dios”, “Dios se ha portado muy mal conmigo”.  Es así como todavía ligamos “tragedia” con “algo divino”.

Acostumbrados a que la felicidad es un producto más de consumo que pensamos que podemos adquirir fácilmente con una tarjeta de crédito, hemos extrapolado a categoría de “tragedia” los hechos que nos pueden pasar a todos, que forman parte de la vida misma.  Efectivamente, es muy triste cuando un ser querido se nos va, pero aun es más triste cuando se nos va porque ha pasado por una muerte traumática.  Sin embargo, esto no es “tragedia”.

Cuando pasamos por malos momentos en la vida, sabemos por experiencia que sólo son esto: unos momentos.  Por mala suerte, en el colegio, cuando éramos pequeños, no nos enseñaron a valorar estos momentos traumáticos.  Los cristianos no tenemos un dios, o un santo, que sea el de la Pérdida.  Vivir con la consciencia de que cada día perdemos algo ayuda a valorar lo mucho o poco que tenemos.  Hace falta ser conscientes que el ejercicio de la vida es adquirir y soltar, ganar y perder.  Esto es un equilibrio más que necesitamos comprender.  Y en el equilibrio está la vida sana.

Para mejorar nuestra tranquilidad, y relativizar los hechos, debemos de ser conscientes de que no somos eternos, que nada dura, que todo está sometido al cambio y que la vida es un ciclo.  No sabemos qué habrá más allá del traspaso.  Tampoco sabemos qué hubo antes de nuestra llegada al mundo.  Sólo sabemos lo que hay aquí y ahora.  Así, basta en no montarnos quimeras futurísticas.  No hace falta plantearse “objetivos” vitales.  Un OBJETIVO es como una estación de tren que nos queda lejos en el tiempo y en el espacio y, a menudo, no sabemos en qué estado estarán las vías del tren para llegar a dicha estación, como tampoco no sabemos si tendremos la suficiente energía para llegar ahí.  Al fin y al cabo, un objetivo es un límite, algo que nos hace más pequeños.  Cuando cogemos el tren para irnos a nuestro objetivo, es normal que no valoremos los troncos que nos cerrarán las vías, el mal tiempo que nos hará parar el viaje, los asaltantes que intentarán sabotear nuestros vagones… Y cualquier contratiempo que no esté en nuestra mente para alcanzar el objetivo, lo vamos a traducir como un “evento trágico”. 

Ahora “tragedia” ya no es tanto estar atado a la voluntad de un dios, sinó más bien estar atado a nuestra propia voluntad, a nuestra propia manera de ser.  Como humanos y limitados que somos, no podemos tener el control absoluto de las cosas, ni tampoco podemos tener el éxito que tiene nuestro vecino.  Siempre hay algo que se nos escapa.  Siempre hay un lugar al que no podemos llegar. Y cuando chocamos con los eventos inesperados que nos sobrepasan, caemos en la tristeza y en el desánimo.  Podemos sentir que nuestro camino es trágico.

Dejar fluir los acontecimientos es bueno.  Esto nos ayudará a comprender cuál es nuestra propia “tragedia” personal, a dónde no podemos llegar nunca durante nuestra existencia.  Conociéndonos, cuando nos proponemos llegar a un sitio, seguro que vamos a llegar a él sin forzar nada, sólo observando cómo se van resituando las situaciones.  Es negativo y dañino para los humanos estar etiquetando, valorando y juzgando todo. 

Cuando alguien consigue algo, la mayoría dice “quien la sigue, la consigue”, algunos dicen “ha luchado mucho”, pocos piensan “qué suerte ha tenido”, pero casi nadie se da cuenta de que si ha llegado a donde ha llegado ha sido gracias a su predisposición a poder llegar allí.  Seguramente esta persona se conocía bien a sí misma, sabía cuáles eran sus limitaciones y ha escogido el camino correcto.

Que medio país se inunde debido a un monzón o a unas lluvias torrenciales, no es una tragedia, es algo natural, es algo cíclico, es la fuerza de la naturaleza.  Que una provincia se quede sin luz y sitiada durante cuatro días debido a la nieve, no es una tragedia, es la naturaleza que nos recuerda que formamos parte de ella.  El hombre, estúpidamente, ha querido manipular la naturaleza, ha querido subyugarla a su voluntad y a sus necesidades.  Y no sabe que la naturaleza es intocable.  

Que yo no pueda presentarme a unos juegos olímpicos es debido a que ya de pequeño no he ejercitado mi cuerpo para ello.  Que yo siempre tenga mala suerte jugando a cartas es que estoy limitado en la táctica del juego.  Es mi propia naturaleza que me da mis límites. Luchar en contra de esto, es luchar en contra de MI naturaleza.

El problema básico es que tachamos de tragedia todo aquello que se nos escapa de las manos y que no forma parte del proyecto virtual de “felicidad” impuesto por Occidente.  Casi todas las cosas que ocurren en la vida tienen una explicación sencillísima que normalmente es: el ciclo de la vida, de la naturaleza, del cosmos, del Cielo y de la Tierra.  Intentar dar una explicación más profunda es jugar con la perversidad y querer jugar a ser dioses.  Para tener una tragedia, debemos de tener héroes y, irónicamente, la mayoría de nosotros no somos héroes.  Pero tampoco podemos ser dioses y controlarlo todo.  Por lo tanto, ya no tenemos tragedia.  Es la sencillez de todo, y no buscar tantas “causas”, que nos ayuda a acercarnos a algo llamado Tao.  Lo que hay entre el Cielo y la Tierra es sólo vacío, al que debemos llegar.


Te lo predije; pero no me creíste.
Tus llantos prevalecieron sobre mis justos remordimientos.
Esta mañana iba a morir digna de ser llorada;
seguí tus consejos y muero en la deshonra.”

Fedra, Acto III, Escena II – Jean Racine