Misera! Oh come più bella
or fulgi agli occhi miei
d’allora che in Babilonia
ambasciator di Giuda io venni!
Me traevi dalla prigion
con tuo grave periglio,
nè ti commosse l’invido
e crudel vigilar di tua suora,
che me d’amor furente perseguitò!
(G. Verdi, Nabucco, Parte I “Jerusalén”)
Estos son los versos de Ismael a su querida Fenena cuando están sitiados en el templo de Salomón, en el primer acto de la obra de G. Verdi Nabucco.
En esta obra, Verdi se basa con el profeta Jeremías (Jr.) para dar entrada a los 4 actos de que consta el drama. De esta manera, ya desde el primer acto titulado Jerusalén sabemos por Jr. 32, 8 que el rey de Babilonia, Nabucodonosor, va a tomar la ciudad y la va a quemar. Pero los judíos, levitas y vírgenes están en el templo de Salomón. Zacarías trae retenida a Fenena, hija de Nabuco. Zacarías manda a Ismael la custodia de Fenena. Sin embargo, entre ironía y drama, cuando se quedan solos, descubrimos que se repiten las promesas de amor que un día pactaron en Babilonia. Ismael fue embajador en la tierra de Fenena. Cuando le encarcelaron, Fenena le ayudó a recuperar su libertad. Y como es de esperar, ahora le toca a Ismael liberar a Fenena.
De repente, son interrumpidos por Abigail, la primogénita de Nabucodonosor disfrazada de esclava seguida de babilonios disfrazados de judíos. Abigail también está enamorada de Ismael y le ofrece salvar a los judíos a cambio de su amor. Ismael la rechaza. Los judíos, aterrorizados, se esconden en el templo perseguidos por el rey Nabucodonosor y sus soldados. Cuando se encuentran Zacarías y el Rey cara a cara, dentro del templo, Zacarías amenaza con matar a Fenena si el Rey profana el templo. Nabucodonosor duda por un momento, pero arrebatado por la cólera, obliga a los judíos vencidos a que se prostren delante de él. Como respuesta, Zacarías levanta su puñal sobre Fenena, pero Ismael se lo arranca de las manos. Nabucodonosor ordena que el templo sea destruido y Abigail jura exterminar la raza judía. Zacarías, por su parte, clama a la intervención divina para que caiga una maldición sobre Ismael por haber traicionado a su pueblo.
Un triángulo amoroso pone en peligro de extinción de toda una cultura, de toda una nación amén de grandes destrucciones, guerras, odios, exterminio, hambruna… Situaciones que, habiendo pasado más de 2500 años de la destrucción del templo de Salomón, todavía las tenemos en el siglo XXI. Cada día lo podemos ver por la televisión, leer en los periódicos. El odio humano no tiene tiempo, es eterno. Como todas las pasiones, nos destruye de manera fulminante. Y la traición es, a menudo, fuente del odio, causa de la destrucción.
Sin embargo, ni las televisiones ni los periódicos nos hablan del exterminio interior, de la traición interior que sucede diariamente. El amor hacia uno mismo, lo que hoy llamamos autoestima, es lo que mantiene el templo de Salomón (nuestro espíritu) en pie. Los dos personajes principales de la primera parte de la historia de Nabucodonosor, Zacarías e Ismael, lo tienen claro. Zacarías debe amar a su Dios Jehová quien, a la vez, debe salvar al pueblo judío. Ismael ama ciegamente a Fenena, y su amor incondicional llevará a su pueblo a la destrucción. Zacarías lo vive como un problema muy grave: la traición. Los dos aman, en direcciones opuestas: uno al cielo, a lo Divino; otro a la tierra, a lo material, pero que a la vez es Divino por el mero hecho de no romper una promesa. Zacarías e Ismael, a sus maneras, se acercan a lo Divino.
El problema más grave, el enfermizo, el que no tiene ninguna conexión con Dios, con el Cosmos, es Abigail. El deshonor de no ser correspondida por Ismael lo vive como una intolerancia al fracaso. Y esta intolerancia la conducirá al secuestro emocional plasmándolo con la ira y al horror en sus vertientes más sanguinarias sobre todo un pueblo.
Cuando uno está aplicando terapia floral con las Flores de Bach®, uno se da cuenta de que, desgraciadamente, el mundo está lleno de personas como Abigail. Da igual que sean hombres o mujeres. Estamos en una sociedad y en una época que nos hacen vivir tan rápido –estamos enfermos de velocidad- y ser tan exitosos con todo que olvidamos que somos humanos, que podemos errar, que dependemos de otros, nos guste o no nos guste, y que estamos sujetos a un tiempo y a un espacio. Todo esto nos lleva a tener una baja tolerancia al fracaso, a no permitirnos ningún error, y esto hace que caigamos en el odio hacia nosotros mismos, a destruir nuestra existencia. Entramos en el desequilibrio emocional y, a corto plazo, físico.
Caemos en las depresiones por habernos desdibujado de la realidad, por no saber en ningún momento quiénes somos. Lo más probable y fácil es que demos las culpas a los demás: “Ismael no me quiere, es por ello que soy desgraciada”. “Soy más bella que Fenena, sin embargo la quiere a ella”. Discursos como éstos señalan personas muy poco evolucionadas emocionalmente. Creer que los problemas y las culpas son de los demás es, en base, un discurso infantil. Sería más “emocionalmente equilibrado y ecológico” buscar en nuestro interior por qué no estamos en la misma onda de los que nos rodean. Un discurso infantil, el de Abigail, peligroso ya que sus sentimientos son pecaminosos: odio, envidia, orgullo, lujuria, ira y, en cierta manera, avaricia.
Ya Evagrio Póntico (s. IV d.C.), el primer monje en elaborar la lista de las pasiones dominantes que sería, después, la base de los llamados pecados capitales, las llama espíritus del mal. Son los efectos diabólicos del ego. Y que Ramon Llull (s. XIII d.C.) llamará los “vicios” divinos. Lo que nos aleja de lo divino. Y es que lo divino viene representado por la Unidad, el Uno. Y lo que es humano, también es divino. Debemos de llegar a ser UNO, en su totalidad, en su entereza.
La sociedad actual nos ha enseñado a ser “múltiples”. Quiero decir que debemos de adoptar posturas dependiendo de las situaciones, debemos de ser actores permanentes en una obra de teatro con múltiples escenarios. Y no estoy hablando de lo que antes se llamaba “urbanidad”, no estoy hablando de un “savoir faire” y un saber estar, sino que estoy hablando de la hipocresía. Cuando uno es hipócrita con los demás, también lo es consigo mismo. Y aquí destruímos el sentido de UNIDAD que nos proponen todas las religiones y todas las corrientes del New Age. Entramos a la quema y destrucción del templo de Salomón.
Creer tener, o tener en realidad, un estatus socialmente elevado (porque soy más guapo, porque soy más rico, porque soy más inteligente, porque soy más…), a veces sitúa a la gente en una posición aparentemente cómoda, de estar por encima del bien y del mal. Una posición intocable, casi divina. Cuando el hado de la vida nos obliga a descender, cuando nos damos cuenta de no tener más esta posición privilegiada, es cuando nos tenemos que ver cara a cara con nosotros mismos. Nos tenemos que reflejar en el espejo de la vida. ¡Qué horror! Y no nos conocemos.
Para no caer en los errores de Abigail, es necesario hacer un punto y aparte en la vida. Una parada, un tiempo sabático, un “descansar” de vivir. Lo que nos dará una vida plena y feliz no es la cantidad sinó la calidad. Y creo que la calidad está en saber exactamente quién es uno mismo, aprender a neutralizar las emociones, tener una inteligencia emocional ecológica. Debemos de recordar, como señalé en el post anterior Una vez soñamos que éramos extranjeros, que cada día se nos plantea el problema de la “sincronicidad”: los momentos que vivimos dejan huellas perdurables.
Así, ¿por qué no dejamos huellas positivas en el día a día? Creo que la “trampa” social está en lo que desde pequeños nos han enseñado: tener claro lo que uno quiere. ¡Uf, qué difícil! ¿No es más fácil tener claro lo que uno NO quiere? Si yo no quiero odio en mi vida, lo más probable es que no lo siembre. Si no quiero mal en mi vida, seguramente no voy a hacer mal a nadie. Empezar con pequeños cambios en la manera de pensar, transmutar mis pensamientos y emociones en hechos realizables, pequeños, en el aquí y en el ahora, creo que es lo más acertado para la pequeña obra de teatro que desarrollamos cada día. En cambio, es muy difícil saber lo que uno quiere porque a veces, nuestra imaginación, nos deja volar demasiado. El problema, pues, es cuando nos creemos lo que hemos imaginado y que para nosotros, que todavía no conocemos nuestras limitaciones, puede ser tan duro el hecho de no llegar a ello que se puede convertir en una frustración. Es la frustración que siente Abigail, la negación de aquello que había imaginado.
Y puesto que en el primer acto de Nabucco se nos plantea un triángulo amoroso y la base del problema es el amor… lanzo una pregunta, que tiene que ver también con el hecho de no hacernos daño a nosotros mismos y a ser UNO en toda su integridad, a no caer en los pecados, a no caer en la frustración: ¿Por qué hablamos de buscar nuestra media naranja? Yo quiero ser una naranja entera, y buscar otra naranja entera, también. Así, de esta manera, sacamos más jugo que con una sola naranja, ¿no créeis? Cuando hablamos de “media naranja”, la sociedad ya nos prohíbe ser UNO, sólo podemos ser medio. ¡vaya, qué triste! Ser genuino, ser UNO, ¡está prohibido! ¡Atentos, pues!
Mis aplausos maestro! y ahí va una posible respuesta a tu pregunta: no somos naranjas enteras porque en lo completo está la perfeción y esa sólo se alcanza con el otro. Mi instinto me dice que en el baile de las almas, nos buscamos más allá de la eternidad porque solo allí residimos completas, en esta nuestra vida somo puras partes en busca de otras con quién complementarnos, con quien unirnos, junto a quién caminar,...
ResponderEliminarAhora pregunto yo: ¿para que quieres esprimir las naranjas?
Hace poco leí que el Amor verdadero es Pura Luz que por mucho que la contengas no quema, solo te hace sentir felicidad. Abigail lo que siente no es amor, es egoísmo de posesión. Cuando se ama de verdad no importa si se es o no correspondido porque el verdadero amor es el que desprende respeto hacia el otro, haga lo que haga, sienta lo que sienta.
Palabra de amor!
Muchas gracias, Yolanda, por tu comentario.
ResponderEliminarComo partes en "búsqueda" de otras partes, prefiero ser una parte entera que media parte. Mucha gente busca "su otra parte" consciente de que no se es completo. Luego, si uno no se siente completo, cómo puede dar lo mejor de sí a otra persona? Que uno sea completo, no significa que sea perfecto.