miércoles, 28 de julio de 2010

MEDITANDO TAO :.:.: 3.-- Apaciguar al Pueblo

III.—Apaciguar al pueblo

Lago Ontario (Canadá) - Invierno 2008
No alabes al sabio, verás que el vulgo no rivalizará con él.
No valores las cosas difíciles de obtener, verás que nadie se entregará a la codicia.
No mires lo que provoca tu deseo, verás que tu mente no padecerá confusión.

Por eso, cuando el sabio gobierna, vacía la mente de los hombres y llena sus vientres.
Debilita su ambición y fortalece sus huesos.

El pueblo queda limpio: no conoce lo que es malo ni desea lo que es bueno.
Así se impide el triunfo del astuto.
El sabio gobierna sin acción; luego, nada queda sin gobierno.

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Se vuelven a recoger muchas ideas que ya se nos transmitieron en el capítulo anterior.  Básicamente, lo que nos está transmitiendo Lao Tse es que debemos dejar las pasiones que nos entorpecen y no nos dejan seguir el curso de la mutación.  En este sentido, y siguiendo las filosofías místicas orientales, debemos de llegar al vacío, despojarnos de todo para llegar al Tao. 

Muy al contrario es lo que suele suceder con las filosofías místicas occidentales, que nos encaminan para que quedemos “llenos”, para que nos dejemos bañar por un ser superior.  Recordemos a dos poetas del Renacimiento español, por ejemplo, a Santa Teresa de Jesús (1515-1582) con su famoso villancico Vivo sin vivir en mí; y San Juan de la Cruz (1542-1591) con sus Canciones del alma que se goza de haber llegado al alto estado de la perfección, que es la unión con Dios, por el camino de la negación espiritual., más varios autores del siglo XVI.  También, para los católicos practicantes, el ritual del pan y del vino en la celebración de la eucaristía es un buen ejemplo de “sentirnos llenos”.

Lao Tse se fundamentó con la humildad y optó por alejarse de todo aquello que era artificial, falso y superficial.  Dicen las leyendas que, un día, Lao Tse y Confucio se encontraron (ambos seguidores del Dao), pero Lao Tse reprochó a Confucio sus alabanzas a los héroes civiles del pasado venerados por éste último, e intentó convencerle de que sus esfuerzos eran inútiles.  Siguiendo la leyenda, Lao Tse vivió la desintegración del sistema feudal de la dinastía Zhou (1045 – 256 aC) lo cual le llevó a emigrar de su país y, según cuentan, irse para la actual India.

No podemos dedicarle tiempo a cosas o hechos que no nos llevan a ninguna parte.  Es absurdo alabar al que es sabio –el que contiene el Tao-.  No llegamos a él a través de la palabra, o de la alabanza, o del canto.  Llegamos a él a través de nuestra vida interior.  El vulgo, la gente mundana, nosotros mismos, no podemos rivalizar con algo que no es visible con los ojos, que no es tocable con el tacto, que no tiene gusto, olor, color, forma y aspecto.  Es paradojal anhelar algo que no se puede nombrar.  Es engañoso anhelar algo que no conocemos.  Alabar a quien contiene el Tao es una pérdida de tiempo.  Por más que alabemos, envidiemos o anhelemos llegar al Tao, no lo podremos conseguir a través de la pasión, ni a través de las palabras. 

No podemos perder el tiempo con las cosas difíciles.  A nadie le interesa.  Como ya se comentó en el capítulo anterior, lo fácil se contagia; lo difícil, muere, a nadie le interesa.

Tenemos que cerrar los ojos a todo aquello que active nuestra mente y nos provoque deseo.  En este sentido, la mente es el receptáculo del conocimiento teórico.  Tener mucha sabiduría teórica es absurdo, no sirve para nada.  El único conocimiento que nos es beneficioso es el práctico, es aquél que proviene de nuestra experiencia.  Es ella, la experiencia, que nos ha hecho tal como somos ahora y es la fuente, la experiencia, de dónde podemos sorber las claves de nuestro bienestar aquí y ahora.  En este sentido, lo comparo con las leyes de la física, a menudo absurdas y casi siempre sin sentido.  Y pongo un ejemplo.  ¿De qué nos sirve la ley de la fuerza de gravedad?  ¿Dejarán, por ella, de caer objetos de arriba abajo y empezarán a levitar?  No.  Luego, en este caso, la ley de la gravedad, ¿para qué sirve?  Es sólo información que nos puede brindar una vida más “sencilla”, más “cómoda”.  Sin embargo, en ningún momento ni arregla ni cambia absolutamente nada, está ahí y punto.  De hecho, como si no estuviera, da igual.  Los objetos continuarán cayendo de arriba abajo, y valga la redundancia.  En cambio, tener la experiencia de la fuerza de gravedad, a pesar de si hay o no hay ley alguna que le dé soporte, esto sí es importante.  Sin tener la ley interiorizada, sabemos que si soltamos un vaso de vidrio y se cae al suelo, lo más probable es que se rompa.  En cambio, si este vaso lo ponemos encima de una mesa, con cuidado, y lo soltamos una vez su base ha tomado contacto con la superficie de la mesa, lo más probable es que no se vaya a romper.

Es por esto que el Tao no es ninguna teoría o ley.  Es por esto que el sabio vacía la mente de las personas.  La mente se asocia con el Cielo y, éste, como se dijo en el primer capítulo, es el que contiene la fuerza, la energía creadora.  Y es por esto que el sabio llena el estómago de las personas. El estómago pertenece a la Tierra, a todo aquello que es receptivo.  De esta manera, dejando de lado las teorías, las palabras, las imágenes, podremos debilitar y anular nuestras ansias, anhelos y ambiciones, para llenar nuestro cuerpo y nuestro sustento –huesos- de experiencia vital que es Tao.  Las palabras, y todo aquello que se relaciona con el discurrir, es nocivo para llegar al Tao.  Hablar, y sobre todo si es un discurso “disco rayado”, no sirve para nada.  Pensar, sobre todo si son pensamientos negativos, flageladores, colgados en un tiempo que no es el presente, es una pérdida de tiempo.

Cuando el pueblo ha comido, queda limpio de ansias.  Ya no reconoce qué es bueno y qué es malo porque como extremos unidos por el mismo hilo harmónico, todo puede llegar a ser nada y la nada puede llegar a ser todo, de la misma manera que lo Yin puede ser Yang y, a la vez, cada uno de ellos contiene a su otro extremo.  Olvidarnos que “bien-mal” existen, así como todo aquello que nos han hecho creer, es reconocernos como integrantes de la naturaleza, del universo.  El cachorro de perro, cuando la madre le deja emanciparse a los tres meses, sabe qué tiene que hacer.  La esencia del perro, libre de teorías intelectuales, libre de “inputs” sociales, aflora a medida que el tiempo va pasando.  Su esencia lo contiene, el perro lo deja fluir.   Sin más.  Él sabe, sin saber, lo que es bueno, lo que es malo.

La astucia, las ambiciones, las pasiones no pueden triunfar.  Reconocernos a nosotros mismos como seres únicos, como seres que podemos contener el Tao, hará que podamos ser los gobernantes de nuestras propias vidas.  Es así como el sabio gobierna sin acción; luego, nada queda sin gobierno.

En este capítulo del Tao, Lao Tse nos envía al siglo XVIII con Jean-Jacques Rousseau, a la vez que ambos nos recuerdan la mitología grecorromana.  Los dos filósofos nos remiten a estar en paz con la naturaleza, volver a tener comunión con la Madre Tierra.  Partimos de la base, con ellos, de que el hombre es “bueno por naturaleza” y, por lo tanto, debemos de volver a nuestras raíces, a nuestro nacimiento de la humanidad.  Y de ahí que podamos hablar también de mitología grecorromana, más en concreto de las Metamorfosis de Ovidio Nasón, dónde la comunión con la naturaleza y el volver a ella se nos recuerda constantemente. En definitiva, debemos de volver al paraíso, al mito de Robinson Crusoe.  Y esto sólo lo podemos hacer si, como hombres “civilizados”, nos desnudamos de todos los elementos artificiales y sobrenaturales –o sea, lo que tenemos en exceso, lo que no nos es “natural”-, para descubrirnos a nosotros mismos como animales humanos tal como nos vio un día, no tan lejano, la propia Madre Tierra.  Debemos volver a ser el cachorro de perro que se emancipa de su madre.  En este caso, el cachorro humano.

MEDITACIÓN à ¿Cuántas son las cosas que nos rodean y que nos sobran?  ¿Cuántas son las palabras verbalizadas en un solo día que no comunican absolutamente nada?  En nuestra sociedad hiperconsumista donde el hedonismo y el culto a la imagen, al cuerpo, a la belleza superflua y al tener en exceso están situadas en el vértice superior de nuestra pirámide de valores es fácil sentir una plenitud negativa.  Lo que llamo “plenitud negativa” es lo que nos lleva al vacío existencial, que en ningún momento debemos de confundir con el vacío del Tao.  Es un vacío que nos lleva a querer más y más, a sentirnos insaciables, a no poder llegar a todo porque DEBEMOS llegar a todo, y si no llegamos a este todo que nos hemos marcado como objetivo, nos frustramos.  Una sociedad que nos narcotiza con píldoras multicolores en forma de casas, créditos bancarios, coches de lujo, viajes rápidos y exóticos, nos convierten en enfermos de velocidad, analfabetos emocionales y, finalmente, con unas estructuras de valores que cuelgan en la cuerda floja.  Por ello, cada vez más gente es intolerante a la frustración.  Y sentirse frustrado conlleva la depresión y otros desequilibrios mentales y emocionales.  Si seguimos los mandatos de los gobernantes, hoy en día disfrazados de políticos que desconocen qué realidad hay, ensimismados en quién consigue contradecir más al otro, si hacemos caso de programas de televisión totalmente paranoicos y vacíos de formas como los reality show o hacemos más caso a la vida del vecino o del señor que, por casualidad, pasa por la calle delante de nosotros, cada vez estaremos más enfermos.

Si seguimos el Tao, no debemos marcarnos ningún objetivo.  Desde el punto de vista del Tao, marcarse un objetivo es cerrar las puertas a las energías cósmicas de la mutación y, consecuentemente, al dejar fluir.  Al fin y al cabo, un objetivo es, una vez más, un espejismo de nuestra sociedad consumista.  Es una palabra que designa algo que, ahora mismo, no es alcanzable.  Es otra píldora multicolor para narcotizarnos del aquí y del ahora y escaparnos a toda velocidad hacia un futuro totalmente irreal, irracional, incoherente con nuestro YO interior.  Para llegar al Tao es fácil mirarnos en el espejo y admirarnos a nosotros mismos y estar contentos por lo que hemos llegado a conseguir con lo que llevamos vivido, a sentirnos vivos porque nos ha salido nuestra primera “pata de gallo” en los ojos, porque nosotros podemos ver esta imagen en el espejo mientras mucha gente con quien estudiamos en el pasado, sea en el colegio, en el instituto o en la universidad, ya no lo pueden ver porque ya se fueron, ya mutaron.  Planificar el futuro a largo plazo, y muchas veces a corto plazo, nos es engañoso.  Debemos de recordar que cada uno de nosotros está sujeto a las fuerzas del Universo, que todos morimos y que las cosas “malas” no sólo suceden a los otros, sinó que a nosotros también nos ocurren.  Mirarnos al espejo y decir: “¡Qué bien, mi primera cana!” es empezar a caminar para alcanzar el Tao.  Abrir el cajón de la consola del comedor y vaciarlo de objetos inútiles porque ya están obsoletos o pertenecen a una persona que ya no somos, este es el primer paso hacia el Tao.  Los pequeños cambios del día a día y mirar las cosas desde un lado positivo nos ayudan a ser mejores para con nosotros.  Nos ayudan a andar nuestros primeros pasos hacia el Tao.

“Todos vosotros
sois perfectos tal como sois.
Y a todos os vendría bien
mejorar un poco.”

SUZUKI ROSHI, Fundador del San Francisco Zen Center

1 comentario:

  1. copiado y pendiente de leer! prometo comment pero deme Ud tiempo! jejejejeje

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